25º ANIVERSARIO Colegio "Villa de Griñón"

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martes, 13 de abril de 2010

Caperucita, cenicienta y otros seres enfermos

Comencemos por Caperucita Roja. Las causas de su retraso mental no son obvias, pero una niña que es incapaz de distinguir a su abuela de un Canis Lupus, claramente no puede tener un coeficiente intelectual normal. Hay que tener en cuenta que su entorno social no parece muy adecuado. Es una criatura que carece de nombre propio y a la que su familia llama por el nombre del abrigo que lleva; esto hace también suponer que lleve la misma prenda desde el nacimiento o que acaso antes recibiera otros nombres como 'buzo azul' o 'abrigo naranja'. Su alteración podría partir de una falta de identidad. Los servicios sociales y protección de menores estarían interesados en un caso como este. Una anciana que vive sola y apartada se encuentra mal y llama a su hija, quien no opta por pedirle una ambulancia o acompañarla al médico sino que prefiere perder varias horas horneando para luego mandar a una niña retrasada por un bosque a llevarle los panecillos recién hechos. La alternativa es que la anciana señora sea diabética y mal controlada con hipoglucemias frecuentes y que su hija sepa que responde bien a alimentos azucarados. Es muy probable que cuando el lobo llega a la casa y la buena anciana con probable hipoacusia senil lo deja pasar confundida, ésta entre en un estado de coma diabético que facilita que el lobo la engulla de un bocado.
Revisemos el caso de Cenicienta. A mí me preocupa el príncipe, un hombre joven que se enamora profundamente de esta bellísima mujer con la que desea casarse pero que en menos de 12 horas es ya incapaz de reconocer su cara y tiene que buscarla por el Reino a través de su pie con la excusa del zapatito perdido. Inaudito. Caben dos posibles diagnósticos, el príncipe padece un trastorno severo de visión que mantiene de incógnito o sufre de prosopagnosia o incapacidad de distinguir caras, quizás por patología intracraneal o por un traumatismo cráneo encefálico previo. Es preocupante que a pesar de ser reconocida por su pinrel, Cenicienta acceda a continuar con el plan de boda tan inminente. Esta mujer parece clara víctima de violencia de género en su domicilio previo.
En el caso de Pinocho, existe un trastorno psiquiátrico familiar obvio. Gepetto está convencido que su hijo proviene de un muñeco de madera, un claro síntoma esquizoide o quizás la consecuencia de un periodo prolongado de infertilidad; no extraña, pues, que Pinocho presente también síntomas esquizofrénicos y oiga voces que le dicen continuamente lo que hacer. La intensidad del trastorno es tal que a su razonamiento sicótico, Pinocho le pone un nombre, Pepito Grillo. Es además desafortunado que este niño sufra de una malformación nasal inusual, un rinofima paroxístico, una patología no descrita.
Centrémonos en Blancanieves, una joven con posibles tendencias ninfomaníacas que se desplaza desde su lugar de residencia habitual a una casa apartada con siete hombres maduros que viven hacinados en un solo dormitorio. La historia no deja nada claro por qué unos señores de caracteres y profesiones tan distintas viven juntos en plan albergue de los 'Scout' (esto podría explicar el peculiar uniforme que llevan). La acondroplasia común a todos ellos no es una justificación adecuada para su forma de vida. Blancanieves parece adaptarse inmediatamente a vivir con estos señores que trabajan la leña a pesar de que alguno tenga incluso un título universitario. Sería interesante conocer qué producto le coloca la bruja en la manzana con un poder catatónico tan extremo, por qué el enanito Doc no comienza una resucitación cardiopulmonar y por qué un hombre que pasa por allí a caballo lleva el antídoto en la boca. Realmente extraordinario.
De Ricitos de Oro podríamos hacer un estudio exhaustivo. Sabemos de ella que va por el bosque y decide meterse en casa de los osos, quizás tenga frío. Sus razonamientos son lentos, con un grado obvio de bradipsiquia; le hace falta probar cosa por cosa para hacer un juicio de valor. Por ejemplo, necesita sentarse en la silla de papá oso para decidir que es demasiado grande, un dato que probablemente sea obvio a simple vista. El propio tamaño de Ricitos parece indicar una obesidad mórbida pues su peso es superior al del osezno cuya silla se despedaza al sentarse. Parece también ir quedándose dormida por cualquier sitio hasta el punto de ser descubierta roncando por la familia de osos. Mi sospecha clínica es de hipotirodismo y la insistencia en su pelo sugiere que esta infortunada lleve tremenda peluca para cubrir una calvicie incipiente.
En fin, que a los pobres niños les contamos unas historias claramente dignas del Dr. House. No me extraña que esta generación, más avispada que las anteriores prefieran la nintendo que los cuentos, si es que de verdad...

Mónica Lalanda lleva un año en España tras pasar los últimos 16 años en Inglaterra, la mayoría como médico de urgencias en Leeds (West Yorkshire). En la actualidad trabaja en la unidad de Urgencias del Hospital General de Segovia, participa en varias publicaciones inglesas y también ilustra libros y revistas con viñetas médicas

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